jueves, 20 de septiembre de 2018

Petroglifo Pedra do Cervo


Las representaciones de cérvidos son frecuentes en el grupo galaico de arte rupestre y muestran a estos animales tanto en postura parada (dibujados mediante una línea para el contorno de las patas y vientre  y otra línea para las partes superiores), como en movimiento (con las patas traseras más elevadas que las delanteras), individualmente o en manadas y grupos familiares, en aspectos de su ciclo vital como la cópula y la brama, en escenas de caza o asociados a combinaciones circulares.

En Ponte Caldelas, en el grupo de Campo de Cuñas situado en el lugar de Fiada dos Legóns de la parroquia de Santa Baia, podemos contemplar la Pedra do Cervo: una impresionante representación de una escena de caza de un gran ciervo macho. 


Son dos los cazadores que atacan al animal: uno de ellos ha arrojado y clavado  tres lanzas en el lomo del gran macho mientras que el otro cazador lo persigue provisto de un arco y dos armas arrojadizas. 


Mientras tanto, el macho protege entre sus patas y bajo su vientre a un joven cervato, lo cual sin duda es una característica peculiar de este petroglifo en la que se destaca el carácter tutelar y protector del gran macho.


El ciervo es el animal más frecuentemente representado en los petroglifos del Calcolítico y la Edad del Bronce ya que era la principal presa de caza mayor de las poblaciones gallegas y además la práctica venatoria requería gran pericia ya que es esquivo, desconfiado y veloz. Pero además el ciervo es un animal noble y muy combativo en época de celo y las berreas y luchas entre machos son una muestra de energía y vigor. El ciervo que vence a sus rivales se erige en jefe de la manada y señor de un harén de hembras, por lo que las representaciones de caza de grandes machos pueden ser interpretadas como muestra de algún tipo de ceremonia de exaltación y reafirmación masculina.

Pero, por otra parte, el ciervo estaba dotado de un alto valor mágico probablemente relacionado con la “gran diosa madre del Neolítico”, símbolo de fertilidad y fecundidad. También parece que podría estar vinculado a creencias referidas al culto solar y a las divinidades de ultratumba, motivo por el cual aparece representado en dólmenes como el de Orca dos Juncaes (Queiriga. Portugal). La cornamenta de los machos muda al llegar el otoño y vuelve a crecer con la llegada de la primavera, lo que podía ser interpretado como una alegoría la autoregeneración asociada al cambio de estaciones. 

Desde un punto de vista antropológico, el sistema de creencias animista de las poblaciones primitivas se fundamentaba en la búsqueda del equilibrio entre los espíritus que moraban en los animales y los de los hombres. Podemos ver que en diversas culturas, antes de emprender una partida de caza, la tribu se reúne alrededor de sus magos y chamanes para realizar rituales que garanticen el éxito de la cacería. Los chamanes pueden emplear sustancias psicotrópicas para entrar en trance y vestirse con la piel del animal totémico y lucir su cornamenta mientras llevaban a cabo danzas y  ritos simbólicos destinados a apaciguar los espíritus de los animales.

También se invoca la protección de los animales considerados como dotados de prestigio y poder, como ocurre en el caso del ciervo, en ritos y prácticas del repertorio funerario vinculado al tránsito a la otra vida. Esta preocupación por lo mágico y por la muerte parece haberse plasmado en complejos rituales vinculados a una mitología compartida por diversas poblaciones del S y O de la Península Ibérica en la Edad del Bronce o incluso antes, ya desde finales del Neolítico.

Las fotografías de este artículo han sido realizadas por Francisco Javier Torres Goberna ©.

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