Las estelas del SO de
la Península Ibérica
En la región SO de la
Península Ibérica se han identificado más de cincuenta estelas de piedra
decoradas con grabados, que han sido datadas entre el Bronce Final y los
inicios de la Edad de Hierro, en lo que algunos consideran que fue el comienzo
del mundo tartésico. Las estelas se concentran principalmente en Extremadura,
Sevilla y Córdoba, cerca de lugares estratégicos para el control del cobre y la
plata procedentes del entorno de Río Tinto, de las minas de Sierra Morena, de
la ruta hacia las explotaciones de oro del NO o en zonas próximas a vías
fluviales.
También se han
encontrado estelas de este tipo en lugares como Valpalmas (Zaragoza) o muy
recientemente, en noviembre de 2014, en Chillón (Ciudad Real). Incluso en
Galicia, en 2012, se halló una estela en Castrelo do
Val (Verín. Ourense), en la que aparece grabado un guerrero con su espada y la vaina,
una lanza, lo que pudiera ser una lira homérica y un carro. Esta estela tiene
una gran importancia porque demuestra la conexión de Galicia con la zona SO
peninsular a través de la Vía de la Plata.
(Museo Arqueológico de Ourense)
No
existe consenso en lo que se refiere a la función que desempeñaban las estelas
de guerreros. Almagro y otros muchos autores consideran que tenían carácter
funerario y que se hincaban en el suelo señalando el emplazamiento de un tumba;
pero la verdad es que hasta el momento no se ha encontrado ninguna asociada a
una sepultura. Otras hipótesis plantean que se trata de delimitaciones
territoriales o que conmemoran determinados acontecimientos, como por ejemplo
señalar el lugar en el que murió algún importante guerrero en el curso de una
batalla. Además, el hecho de que las estelas se hinquen en el suelo puede ser
una representación de que esa comunidad tenía sus “raíces” en ese lugar
concreto.
Según
otras interpretaciones, las estelas son la muestra del comienzo de cierta
jerarquización social. Para Aubet, la estela de Ategua indicaría el nacimiento
de una “aristocracia tartesia” surgida durante
el período orientalizante.
Durante
el Bronce Final tiene lugar una división del trabajo que lleva a la progresiva
definición de los roles. Las estelas muestran la exaltación social de un rol
claramente de prestigio como es el guerrero, pero dentro de comunidades que aún
carecen de un orden social estricto que vendría determinado por la propiedad de
los recursos económicos. Este proceso culmina en la Edad de Hierro con la
estratificación social plena, cuando
el caudillo guerrero se erige como árbitro en los conflictos y controlador de
los medios de producción y de la redistribución de la riqueza.
La tipología y forma
de las representaciones de estelas decoradas coincide con la que aparece en los
vasos cerámicos del Geométrico griego (900-700 a.C).
Cratera de Dipylon (Metropolitan Museum New York) |
El Geométrico se
caracteriza por la cerámica de fondo negros con profusa decoración (horror vacui), presencia de trazos
rectilíneos y representaciones simbólicas de animales y personas. Al igual que
pasa con las estelas, las figuras aparecen representadas como motivos
geométricos esquemáticos a modo de dibujos infantiles.
La estela de Ategua
La
estela de Ategua fue encontrada en el yacimiento arqueológico del mismo nombre,
situado en un cerro en la pedanía de Santa Cruz, a unos 30 Km de Córdoba. Desde
este lugar se domina visualmente un amplio territorio de llanos y vegas regadas
por el río Guadajoz. Destaca su muralla ibero-romana, pero su importancia
arqueológica está aún por descubrir, ya que apenas se ha excavado un parte
ínfima del total que aún permanece oculto. Aunque Martín Bueno y Cancela
afirman que Ategua ya era habitada en el Calcolítico, la primera población
documentada data del Bronce Final, en el siglo IX a.C.
Al
SO del yacimiento, en el cortijo de Gamarrilla a unos 500 m de las murallas que
dan a la ribera del río, se halló en 1968 una estela decorada de guerrero
datada entre los siglos VIII y VII a.C., que
actualmente se puede ver en el Museo Arqueológico Provincial de Córdoba.
Su datación correspondería al final de la Edad del Bronce y comienzos del reino
de Tartessos.
La
estela es una losa de roca caliza de 163 cm de alto, 78 cm de ancho y 34 cm de
grosor, con una fractura en la parte superior, erosiones en los laterales y
arañazos en la cara principal, sobre la que se han realizado unos grabados que dejan
al descubierto la capa inferior de la roca, de distinto color que la superficial.
La parte inferior de la estela es de forma apuntada y carece de grabados, ya
que su función era ser enterrada en su emplazamiento original.
Vamos a ver las
numerosas semejanzas rituales, tipológicas y formales, existentes entre la estela
de Ategua y los vasos del Geométrico, como el del Maestro del Dipylon (750 a.C)
que se conserva en el Museo del Louvre y que representa la exposición pública
de un cadáver en su lecho fúnebre y rodeado de plañideras.
En ambos casos en la
parte superior aparece una figura humana de gran tamaño dibujada con trazos
rectilíneos, con el cuerpo decorado con sencillas figuras geométricas a modo de
posible coraza; junto a él se muestran sus armas, una especie de espejo y el
objeto que puede ser interpretado como un peine o un “phorminx” o “lira homérica”.
Debajo aparecen dos
imágenes que representan, al igual que en los vasos funerarios griegos, una “prothesis” (exposición pública del
cadáver). Una es el difunto bajo el cual aparece un rectángulo que representa
la pira funeraria. La otra figura levanta una mano hacia la cabeza, en un claro
gesto de dolor y lamento que aparece en la mayoría de los vasos del Geométrico.
En el siguiente nivel
se muestra el carro representado desde arriba, a “vista de pájaro” y como
desmontado en piezas. Tras él aparece una persona que pudiera ser el conductor
del vehículo o el propio difunto.
En la parte inferior
aparecen dos grupos de cuatro y tres personajes que tienen sus manos enlazadas.
Pueden tratarse de los hijos del difunto, de plañideras o de un grupo de
guerreros. Este tipo de representación es muy frecuente en los vasos del
Geométrico y se vincula a la música del phorminx
y a los cantos y danzas fúnebres o de guerreros.
A continuación voy a
describir con más detalle cada uno de estos grabados.
Los grabados
En la parte superior de la estela destaca el grabado más grande de todo el conjunto. Se
trata de un guerrero en posición
estática, con los brazos caídos, lo que indica claramente que está muerto. Su
cuerpo está decorado con figuras geométricas a modo de posible coraza. A su
lado están sus armas: a su izquierda el escudo redondo y a su derecha la lanza
(interpretada por Almagro como un arco) y la espada. Entre estas dos armas están
representados un espejo y un peine que para algunos investigadores pudiera ser un
“phorminx”.
El escudo
redondo de borde continuo está datado en el siglo VIII a.C o posteriores. La espada
es muy difícil de identificar debido al esquematismo de la representación.
El espejo
es un elemento característico de las estelas y su presencia es frecuente en
ámbitos funerarios mediterráneos. En los mitos clásicos existen varias
referencias a los espejos vinculados con la muerte. Entre otros podemos citar
el de Medusa, que quedó petrificada al contemplar su reflejo en el escudo de
Perseo, lo mismo que Dionysos cuando vió su imagen en el escudo creado por
Hafaistos.
En
el segundo nivel y bajo los pies del guerrero hay una figura humana tumbada. Se
trata del cadáver del guerrero que yace sobre un lecho o pira funeraria. A la
izquierda un acompañante se lleva la mano a la cabeza, en actitud de lamento o
doliente. Puede tratarse de una plañidera o de un familiar que se despide del
difunto.
El último elemento de este nivel se encuentra en la parte inferior donde
aparecen dos animales cuadrúpedos posiblemente
destinados al sacrificio ritual.
En
el tercer nivel vemos el diseño de un carro de dos ruedas visto desde
arriba, con sus piezas como si estuvieran desmontadas, como sucede en todas las
estelas del SO de la Península. Almagro Bosch plantea erróneamente que se
trataba de carros de cuatro ruedas relacionados con los carros rituales de la
cultura de los campos de urnas. Al ser tan esquemática la representación,
Almagro interpreta como un segundo par de ruedas lo que en realidad son los
asideros curvos que facilitan el acceso. Actualmente hay coincidencia en que
todos los carros representados en las estelas de guerreros son tirados por
bigas (dos caballos), al igual que sucede habitualmente en los carros griegos. En
todas las estelas los caballos que tiran del carro suelen ser representadas
como si estuvieran tumbados.
Otra
característica es que todos estos carros tienen cajas en forma de “D” con el
frente en la parte curva, característica de los carros ligeros de dos ruedas de
Grecia. En su parte trasera la caja muestra dos asideros que a menudo se
representan a gran tamaño, lo que ha llevado a que sean confundidos con otro
par de ruedas. Estos asideros no son comunes en los carros de Próximo Oriente,
fenicios, asirios ni en el área egea, salvo en las representaciones del arte
Geométrico griego en las que el tipo de carro que más aparece representado es
el de "barandilla"o
"asidero hipertrofiado", muy parecido al modelo de las
estelas del SO ibérico.
Además, los carros
que aparecen representados en este tipo de estelas siempre son de dos ruedas
con radios, no macizas. En el caso de la estela de Ategua se distingue que se
trata de un carro de cuatro radios, lo mismo que los carros egeos desde época
micénica en adelante, lo que los diferencia de los carros chipriotas y de
Próximo Oriente que tienen de siete a doce radios. Otra similitud con los
carros griegos del Geométrico la encontramos en que el eje aparece siempre en
posición central bajo la caja, a diferencia de los chipriotas, sirios y asirios
en los que el eje se situaba en la parte trasera de la caja.
Reproducción del carro encontrado en la tumba 17 de La Joya (700-501 a.C)
(J. Jiménez Ávila). Museo Arqueológico de Huelva.
|
En conclusión, los
carros que aparecen en las estelas del SO corresponden al modelo griego
descendiente del micénico, de planta curva,
eje en el centro de la caja ligera con barandilla provista de grandes
asideros traseros y ruedas de cuatro radios. (Crouwel, J.H.• (1981): Chariots and other means of Land transport in Bronze Age Greece)
(Muzzolini (1988): "Les chars des stéles du sud-ouest de la
Péninsule Ibérique, les chars des gravures rupestres du Maroc et la datation
des chars sahariens")
Continuamos
con nuestro repaso por los diferentes motivos que aparecen en la estela de
Ategua y vemos que a la derecha del carro está el conductor, que pudiera
ser la persona encargada de transportar el cadáver o el propio difunto que se
apresta a emprender su viaje al más allá y que por ese motivo el carro siempre se
represente a “vista de pájaro”. Sobre la cabeza de este conductor descansa un
objeto semiesférico con cinco líneas rectas. No he leído ningún trabajo que repare
en este detalle, pero a mi entender tiene mucha semejanza con un “phorminx”.
El “phorminx,
forminge o lira
homérica” era uno de los más antiguos instrumentos musicales de la
Grecia antigua y a menudo aparece representado en las estelas, lo que
nuevamente parece indicar la existencia de contactos con el mundo cultural griego,
mucho antes del Tartessos orientalizante. Se trata de un instrumento mezcla de
lira y citara, con una caja de resonancia en forma de “D” a la que iban sujetas
entre de dos y siete cuerdas, generalmente cuatro pero a veces hasta trece
(estela de Valpalmas), que por la parte superior se fijaban a una traviesa
sujeta entre los dos brazos del instrumento. Las representaciones de phorminx a menudo son confundidas con
peines, pero en algunos casos el recuento de las “púas” nos lleva a pensar que
se trata de este tipo de instrumentos de cuerda.
Phorminx (M.Wegner) |
La presencia de
instrumentos musicales en las estelas evidencia que eran empleadas en
ceremonias y actos sociales como festivales o funerales y que probablemente
serían acompañadas por cantos y poemas épicos o funerarios. Si bien aparecen
asociadas a la élite de los guerreros, es razonable pensar en la existencia de “aedos” o cantores que componían y
recitaban poemas épicos acompañados de instrumentos musicales, quizás
ensalzando gestas en las ceremonias guerreras, aunque también tendrían otro
repertorio de cantos festivos y funerarios.
Por
último, en el cuarto nivel situado bajo el carro, aparecen dos grupos
de cuatro y tres personas respectivamente, cogidas de la mano. Las del primer
grupo, situado a la izquierda, son de menor tamaño y tiene ojos, nariz y boca. Para
algunos autores podrían ser los hijos del guerrero.
Las tres del otro grupo son
más altas y estilizadas y carecen de dibujo en la cara. Se trataría de
plañideras o de un grupo de guerreros.
Los ritos de
transición
En
diferentes lugares y épocas existe la creencia de que al morir, el individuo
debe llevar a cabo un tránsito al Otro Mundo, un viaje o periplo temporal en el
transcurso del cual tendrá que someterse a pruebas o juicios de los que
dependerá su futuro en la sociedad de los no-vivos. Robert Hertz los denomina
los “períodos intermedios”.
El
concepto “ritos de paso” fue acuñado
por Arnold Van Gennep (1909) y describe esta situación transitoria o estado
intermedio que corresponde a la fase de esos transportes rituales, en la que el
difunto se encuentra en la antesala del más allá una vez que ha abandonado el
mundo de los mortales. Ya ha dejado de tener los rasgos propios de un ser vivo,
pero aún no ha adquirido su nueva condición final en el mundo de los muertos.
Se trata por lo tanto de un umbral en el que el difunto se encuentra en un
estado de ambigüedad, a medio camino entre mundos separados e incompatibles,
aunque conectados por canales. Victor Turner describe este período en que el
pasajero ritual “ya no es lo que era, pero todavía no es lo que será”.
Los
ritos de transición surgen de la inseguridad inherente a los momentos de
cambio. Están concebidos para que el fallecido acepte que debe pasar al mundo
de los muertos y para ayudar a su espíritu a que alcance su destino final, concluyendo
con éxito su viaje. Sin los ritos sería imposible esta transición.
Según
Van Gennep los ritos de paso tienen una estructura sencilla que obedece a una
lógica universal y que pasa por tres fases:
-
Separación: comprende la
conducta simbólica mediante la que se expresa la separación del individuo o grupo.
En el caso de los ritos funerarios el espíritu del fallecido pasa del plano
material al sagrado, lo que desencadena una manifestación exagerada del dolor,
como la de las plañideras y que en la estela de Ategua está representada en la
figura de la persona que se lleva la mano a la cabeza en actitud doliente.
-
Liminalidad (de limen “umbral”):
en esta fase de transición las características del sujeto ritual son ambiguas, ya
que atraviesa por un estado que carece de los atributos propios del anterior o
del venidero. No tiene estatus, rango, posición ni propiedad. En el rito
funerario esta fase comienza con los sacrificios y el transporte del cadáver.
-
Agregación (reagregación o
reincorporación): se consuma el paso y el sujeto ritual alcanza un estado
estable, con sus derechos y obligaciones. Concluye el ritual con cánticos y
danzas y el fallecido, transformado en ancestro, es integrado en el imaginario de
la comunidad
El
ritual es una forma de expresión cultural en la que se vincula lo sagrado con
lo profano, a través de prácticas religiosas organizadas mediante rituales
públicos. Como consecuencia de la interacción
humana en estos ritos surge el concepto de sociedad en cuanto comunidad, poco o
nada estructurada, de individuos iguales que se someten a la autoridad de las
personas, generalmente ancianos, que controlan el ritual.
Veamos cómo se
describe este tipo de rituales de transición en “La Ilíada” de Homero:
"Pronto la gente del pueblo, unciendo a los carros bueyes y mulos, se
reunió fuera de la ciudad. Por espacio de nueve días arrearon abundante leña; y
cuando por décima vez apuntó Eos, que trae la luz a los mortales, sacaron, con
los ojos preñados de lágrimas, el cadáver del audaz Héctor, lo pusieron en lo
alto de la pira y le prendieron fuego.
Más, así que se descubrió la hija de la mañana, Eos, de rosados dedos, se
congregó el pueblo en torno de la pira del ilustre Héctor. Y cuando todos se
hubieron reunido, apagaron con negro vino la parte de la pira a la que la llama
había alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y
corriéndoles las lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos huesos y los
colocaron en una urna de oro, envueltos en fino velo de púrpura.
Depositaron la urna en el hoyo, que cubrieron con muchas y grandes piedras,
amontonaron la tierra y erigieron el túmulo. Habían puesto centinelas por todos
lados, para vigilar si los aqueos, de hermosas grebas, los atacaban. Levantado
el túmulo, volviéronse; y reunidos después en el palacio del rey Príamo, alumno
de Zeus, celebraron el espléndido banquete fúnebre.
Así celebraron las honras de Héctor, domador de caballos ".
Como
conclusión podemos decir que las escenas que aparecen representadas en la estela
de Ategua, corresponden a la estructura general de todos los rituales de
transición y puesto que este tipo de ritos tienen carácter universal, no se
pueden atribuir a una tradición egea en contraposición a la indoeuropea.
Las estelas y el
mundo cultural tartésico
Para
terminar este artículo haré una breve referencia a este tema sumamente
complejo, como todo lo que rodea al enigmático Tartessos. El motivo es que el
área de difusión de las estelas grabadas es prácticamente coincidente con la de
la “cerámica de retícula bruñida”,
considerada como tartésica y que aparece en los ajuares de las tumbas de “La Joya”.
Ajuar de La Joya (Museo Arqueológico de Huelva). |
Si bien la cultura
del SO de la Península Ibérica anterior al contacto con los fenicios, que se
produjo desde la segunda mitad del siglo VIII hasta el siglo VI a.C., tiene un
importante componente indígena, los principales hallazgos arqueológicos de los
que disponemos son las estelas grabadas y la cerámica con decoración bruñida,
que parecen relacionarse más con una influencia mediterránea oriental que tuvo
lugar a comienzos del siglo VIII a.C. También la presencia de objetos
considerados exóticos (espejos, peines, fíbulas, carros, cascos con cuernos) apunta
a esta misma influencia.
Según M. Bendala
Galán (Las estelas decoradas del SO y
orígenes de Tartessos), la difusión de las estelas grabadas es un indicio de
que se produjo una inmigración de pueblos que trajeron sus armas, carros de
batalla, ritos funerarios, música y cantos, incluso su propia escritura, lo que
provocó un enorme cambio cultural en la población indígena de la Edad de Bronce
en el SO penínsular.
Las fotografías de este artículo han sido realizadas por Francisco Javier Torres Goberna ©.
Las fotografías de este artículo han sido realizadas por Francisco Javier Torres Goberna ©.
1 comentario:
ResponderEliminar