En los años 80, cuando cursaba primero de carrera en la facultad de Psicología
de Santiago de Compostela, realicé unos trabajos de antropología en el concello
de Moraña, contando con la inestimable colaboración de mi primo Moncho que era
médico en la vecina localidad de Caldas de Reis. Gracias a él pude entrevistar
a varios paisanos que me relataron sus creencias y experiencias acerca
del “mal de ollo”.
La
superstición del mal de ollo aparece en multitud de culturas.
En Galicia la creencia popular establece que está causado por la envidia de una
persona, que recurrirá a una meiga o a alguien que tenga el poder de mirar mal (forza
na vista), para causar daño a la persona a la que envidia, a sus
allegados, su ganado o sus cultivos.
Las
personas con “forza na vista” son capaces de provocar graves daños
a quien miren, aunque muchos de ellos no tengan intención de perjudicar a
nadie. Tienen esa facultad y a veces no pueden controlarla, por lo que casi siempre ocultan su mirada bajo unas gafas y dirigen su vista
hacia el suelo, evitando mirar a nadie directamente para no causarle mal.
A
las personas que sufren este maleficio se les denomina aollados y
son especialmente vulnerables las mujeres, embarazadas ó no, los niños, los
novios. Los síntomas del mal de ollo recuerdan mucho a
los de la depresión: tristeza inmotivada que provoca llanto, dolores de cabeza,
abatimiento, desgana, pérdida de apetito, insomnio. Además el aollado suele
tropezar con frecuencia, caerse al suelo, equivocarse al hacer las cosas, o
estar mucho tiempo enfermo sin que el médico encuentre el motivo.
En
lo que se refiere a los animales, puede pasar que una vaca que era muy buena
produciendo leche no dé ni gota de un día para otro, o que no pueda alimentar a
su ternero porque no dé calostro sino sangre. De igual forma el mal de ollo
puede hacer que se pierda una cosecha entera de vino, millo o cualquier otro
producto agrícola.
Para
librarse del mal de ollo se puede recurrir a varios remedios (agua bendita,
llevar una bolsa con ajo colgada del cuello, quemar cuernos de carnero, usar
como amuleto los cuernos de vacaloura), o recurrir a otra meiga o a
un cura para que lo saque. Incluso existen métodos para que el maleficio se
vuelva contra la meiga mala que lo realizó.
Tuve
oportunidad de conocer a dos mujeres que tenían “forza na vista”. La de Moraña
era una mujer de unos sesenta años, de mirada esquiva y oculta tras unas gafas
con gruesos cristales, que se negó a contestar mis preguntas sobre su
“poder”. Vino caminando por una corredoira avisando a los niños pequeños que se
apartaran de su camino y que no la miraran, mientras ella giraba
ostensiblemente la cabeza para que se percibiera claramente que hacía
todo lo que estaba en su mano para no fijarse en ellos. Me imagino lo difícil
que debía ser su vida ya que sus vecinos la miraban con desconfianza y cierto
miedo, y la culpaban de una gran cantidad de sucesos anómalos y
desgracias, por lo que esta pobre señora apenas tenía relación con el resto de
los aldeanos.
A
la otra mujer la conocí bastante tiempo antes, cuando tenía unos trece o
catorce años y veraneaba en Santa Uxía de Ribeira en casa de mi tío Luis. Mi
tío tenía una preciosa finca en el Chazo, en Boiro. Pegada a su muro había
una pequeña casa de piedra en la que vivían tres meigas que
eran hermanas y conocidas como las “cabecas”. En esta casa de piedra
las cabecas regentaban un pequeño bar al cual me llevaba mi tío
Luis, que no creía en las supercherías de los vecinos que apenas se atrevían a
tratar con estas mujeres. Mientras él tomaba el aperitivo yo daba cuenta de
un refresco y unas galletas. Recuerdo que el interior era muy pobre, apenas una
barra y unas sillas, y oscuro como la cueva de un lobo aún en pleno día. La
única luz provenía de decenas de velas de cera situadas en la barra y entre las
piedras de las paredes, y que iluminaban el local con una luz tenue y lúgubre.
La barra la atendía una de las hermanas, una meiga de avanzada
edad, con unas gafas de gruesos cristales y que sólo miraba de refilón a mi
tío, evitando en todo momento fijarse en mí. Mi tío me explicó que era porque
pensaba que tenía forza na vista y que si me miraba podía
hacerme daño.
Debido
a que todo el pueblo las acusaba de meigas, las tres hermanas vivían aisladas,
nunca se casaron y tenían que ganarse la vida con mucho esfuerzo. Sus ingresos
procedían de lo que obtenían por sus hechizos, lo poco que les daba el bar, el
trabajo en alguna finca y lo que sacaban pescando. Recuerdo perfectamente
que un día mi tío Luis me preguntó si quería ir a pescar con María Cabeca. Yo le dije que si, y ahí me fui, un niño de ciudad ayudando a meter la dorna en el mar a una anciana vestida como las
paisanas de antes, de negro y con refajos. María Cabeca llevaba
los remos y recuerdo que el oleaje era muy fuerte, lo que me llevó a
preguntarle si sabía nadar, a lo que me contestó. “eu si caigo ao mar voy pra o fondo como o chumbo”.
Bueno,
siento haberme desviado del tema un poco, pero creo que también tiene su
interés saber cómo vivían esas meigas, unas mujeres independientes,
temidas y despreciadas por el resto de los vecinos, aunque alguno de ellos,
amparándose en la noche para no ser visto, acudiera a verlas para pedirles que
realizaran algún conjuro o algún maleficio.
Excelente post. Pobrecillas todas. La gente teme lo que no entiende. Especialmente entrañable tu dia de pesca. Me quedé con ganas de más. Muvhas gracias y saludos
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