El castro de Troña está situado en la parroquia de
Pías (Ponteareas), en un espolón del monte Landín a unos 225 m de altitud desde
el que se domina el valle del río Tea.
El acceso se realiza por la carretera
PO254 que une Ponteareas y Mondariz hasta llegar a Pías, donde se toma una
desviación que lleva al castro y a la ermita del Dulce Nombre de Jesús.
A principios del siglo XX, con motivo de la apertura
de una pista para la explanación de la cumbre del monte, se encontraron varios
muros de viviendas y restos arqueológicos, entre ellos un cilindro de piedra
que actualmente está desaparecido.
La mayor parte de las alrededor de treinta viviendas
que podemos observar hoy en día fueron
excavadas en 1927-1928 por los arqueólogos Pericot y Cuevillas.
Es en esta época cuando se produce
el hallazgo del petroglifo con la representación de una serpiente en posición
heráldica.
En 1929 Pericot y Cuevillas localizaron una piedra con
un trisquel labrado y unos amarraderos para el ganado.
En 1930 estos arqueólogos localizaron nuevas
construcciones y numeroso material, como fíbulas, monedas romanas, tenazas de
hierro, cerámica indígena y romana… Posteriormente,
en los años 80 del siglo XX, será el arqueólogo José Manuel Hidalgo Cuñarro el que continúe con las excavaciones.
La primera población del castro de Troña comenzó en
los siglos VI a V a.C, prosiguió durante los siglos IV a II a.C y concluyó en
el siglo I d.C. En un momento posterior,
entre los siglos III y IV d.C, se produjo una ocupación ocasional por parte de
ciudadanos galaico-romanos que habitaban en villas y explotaciones
agro-ganaderas próximas.
El castro de Troña se caracteriza por una arquitectura
en piedra monumental, por la presencia de una impresionante muralla defensiva y
por una gran cantidad de unidades habitacionales, lo que supone que tenía una
gran densidad de población.
Actualmente, el castro mide unos 200 m en su eje E-O y
150 m en el eje N-S. El recinto es de forma elíptica, con amplias terrazas al O
y un ancho foso al E excavado en la roca.
El foso medía 18 m de altura y 10 m
de ancho y servía de protección en el lugar en el que el acceso era más
sencillo y por el que actualmente pasa la pista que conduce al castro. Además,
el castro disponía de dos murallas que lo rodeaban y cuyo grosor varía de 5,5 a
1,5 m, con una altura de 2 a 5 m.
Se supone que al menos existían dos entradas, una al O en la segunda muralla y otra al E
junto al torreón de la primera muralla. El sistema defensivo se completaba
con dos parapetos de piedra y tierra de 6 m de largo y 3 m de altura.
Las viviendas excavadas son de planta circular, elíptica, cuadrada y rectangular, y
corresponden a diversas fases de construcción.En varios hogares se han encontrado amarraderos y pilas o abrevaderos para
el ganado.
También se ha relacionado el petroglifo del castro de Troña con la
presencia de los sefes, un pueblo que debe su nombre a la raíz
indoeuropea “saeph” (serpiente), y al que los romanos denominaban por
este apelativo ya que en sus escudos estaba representada la efigie de este
reptil.
En la excavación de 1982 dirigida por Hidalgo Cuñarro se
realizó la datación del carbono 14 para la zona estudiada y se estableció una
antigüedad del 275 a.C. En esa excavación se hallaron numerosos restos de
cerámica de los siglos III a I a.C, algunos de los cuales son muy semejantes a
otros encontrados en Numancia y fechados en el 133 a.C. Es de señalar la
presencia de motivos decorativos de tipo estampillado, muy similares a los
característicos de la Bretaña de los siglos III a I a.C. También se halló una
cuenta de pasta vítrea azul proveniente del comercio marítimo o romano, objetos
de bronce, como una cuenta de collar o pulsera del final de la Edad del Bronce
o principios de la Edad del Hierro, así como los fragmentos de unos pendientes
acampanados de los siglos V a IV a.C.
Estos restos demuestran, una vez más, que los castros formaban parte
de una compleja red de asentamientos donde se desarrollaban relaciones
comerciales y culturales con lugares muy alejados, tanto de la órbita atlántica
como de la mediterránea.
Por sus características arquitectónicas y demográficas, así como
por los restos arqueológicos, podemos suponer que el castro de Troña estaría
gobernado por una clase aristocrática que dirigía el comercio de los bienes
importados del sur la Península Ibérica.
Un aspecto muy destacable del castro da Troña son las insculturas grabadas
en una roca que servía de base a una construcción castreña y en la que se
aprecian figuras ovales y líneas rectas. Pero sobre todo destaca el hallazgo de
un petroglifo en la acrópolis del castro, que representa la figura de una serpiente
en posición heráldica.
El petroglifo de la serpiente de Troña está orientado hacia el E y
situado en la cara vertical y lisa de una roca con forma de altar, en el que se
sacrificarían víctimas que servirían de ofrenda en ceremonias rituales. En la
parte superior de este altar se labró un canal por el cual correría la sangre
de las víctimas hasta caer por la superficie en la que se halla grabada la
inscultura de la citada serpiente.
Son varias las posibles interpretaciones de este grabado. Autores
como Bouza Brey y López Cuevillas postularon
la existencia de un culto ofiolátrico anterior a la llegada de la
influencia indoeuropea, lo que vendría avalado por la representación de
serpientes en megalitos, petroglifos, joyas y estelas.
También se ha relacionado el petroglifo del castro de Troña con la
presencia de los sefes, un pueblo que debe su nombre a la raíz
indoeuropea “saeph” (serpiente), y al que los romanos denominaban por
este apelativo ya que en sus escudos estaba representada la efigie de este
reptil.
Bosch Gimpera sostiene que sobre el 650-600 a.C llegó a la
Península una oleada de pueblos indoeuropeos, entre los que estarían los sefes, turones y nemetes. Los
sefes habitaban las riberas del Rhin hasta que tuvieron que desplazarse debido
a la presión que ejercían las tribus germanas. Según Bosch Gimpera, alrededor
del 600 a.C. llegaron a la Meseta y continuaron hacia el O para instalarse en
el valle del Coa (Vilanova de Foz), N de la Serra da Estrela y costa N de
Portugal, así como en el S de Galicia a orillas del Miño.
La tercera interpretación que se ha planteado se basa en la presencia
confirmada, en la zona costera del SO de Galicia, de navegantes fenicios que
trajeron consigo nuevas creencias y mitos. No lejos del castro de Troña, a 50
km en la costa de A Guarda, se encuentra el castro de Santa Trega, un
importantísimo emporion que importó una enorme cantidad de material procedente
del comercio con los pueblos de navegantes mediterráneos. Desde Santa Trega
estos materiales mediterráneos se distribuían por la zona y a otros castros,
como el de Troña.
El castro de Troña se encuentra en esta área de influencia fenicia, por lo
que es más que probable que estas comunidades galaicas entraran en contacto con
la mitología púnica y especialmente con el culto a la diosa Astarté, a la que
se suele representar con dos serpientes, una en cada mano. En la mitología
fenicia también aparece la serpiente dragón alada de dos cabezas llamada Cronos
Olam.
Para más información sobre las representaciones de serpientes en los
castros de Troña y Penalba y el culto ofiolátrico en Galicia, podéis consultar otro artículo de mi blog:
https://oestrymnio.blogspot.com/2013/10/castros-de-penalba-y-trona-el-culto-la.html
Bibliografía:
Luis Pericot García y Florentino
López Cuevillas.Excavaciones en la citania de Troña.
José Manuel Hidalgo Cuñarro.
Excavaciones arqueológicas en el Castro de Troña. Campañas 1984-1986.
José
Manuel Hidalgo Cuñarro y Eugenio Rodríguez Puentes. Dos modelos de hábitat
castreño: castro de Troña y castro de Fozara.
Florentino López
Cuevillas. Un barrio inédito del castro de Troña.
Florentino López
Cuevillas y Fermín Bouza Brey. Os oestrimnios, os saefes e a ofiolatría en
Galicia.
Las fotografías de este artículo han sido realizadas por Francisco Javier Torres Goberna ©.